V
Mis curbilineas – la joya nacarada de mi ombligo – mis pies de loto y otros descubrimientos
Yo soy la excepción en el mundo. Gracias la providencia. Muchos ingenieros amigos míos se han quedado boquiabiertos ante la perfección curbilineal de mis pedazos. Nunca habían visto cosa igual, mi linea matemática, desde la uña del dedo gordo, hasta el pelo más rebelde de mi organo capilar. Ni el puente de Brooklyn, ni las pirámides de Egipto que entre paréntesis, no son más piramidales que yo. Ni la torre Eiffel, ni los viaductos portentosos de la china de Sparafucile, ni los bailes de Alejandro Magno, ni la maravillosa tumusa, de Jerges, aquel que se tomó el Río Madrás. Ni los desgraciados gorgoritos de la pobre Lucía, ni la espada de Edgardo, ni la mirada aeroplánica de Abelardo, ni el andar zandunguero de Romeo. Ni la cabeza de Menduza, ni las delicias de la Roca Tarpeya – tienen la linea, el cachet, el donaire, el "savoir vivre" el "saboir fear" de este despampanante y modesto Vito Modesto Frankly, decimo cuarto nono. Duque de Rocanegras, Principe de Austracia… Sólo he visto un mortal, que tenga un rostro, casi como el mío, Cayus Tiberio Cesar Emperador Romano y profesor de baile, pero que va, en lo de más me lo llevo como dicen de pecho, pues no tenía un metro ochenta de estatura. Ni roba corazón, ese rizo coquetón, que cae oblicuamente sobre mi casta frente, no lo tuvo Tiberio, porque al pobre, se le fue cayendo el pelo y apenas si alguna mechita avanzaba en su frente, además no tenía un metro ochenta.
La Joya nacarada de mi ombligo, esa maravilla nona, que el universo entero ha consagrado, como la obra más perfecta, que tiene cuerpo alguno, es uno de los dones de la naturaleza que más orgullo caúsame, mi ombligo sin raiz – non omblicus raíz – es como una dormida laguna llena toda de sinuosidades, pliegues y repliegues y virgen de raíz, pudiendo decirse de mi ombligo – que es una isla de porcelana, enclavada en el mar de mi barriga.
Y el regazo de Venus, que poseo, como una marca de fábrica en mi parte posterior, un poco más debajo de la espalda, declarado el autentico, por un grupo de ingenieros, el día en que me carearon con mi ascendente Venus. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, esa consigna de mis antepasados, es lo más diureticamente nubil que existe en este mísero valle de lágrimas, y pensar ¡oh! envidia humana ¡oh! humana envidia, que ésta parte de mi cuerpo fue una vez calumniada, calumnia, calumnia y calumnia, no fue una pedrada que me dieron cuando pequeño, sino los aunténticos hoyuelos de Afrodita. El regazo de Venus ¡ah! Regazo, regazorum, regazus, Ave, Ave, aventaré la calumnia más allá de la frontera de la línea.
Entre los continuos descubrimientos, que hago diariamente de muchas cosas perfectas de mi cuerpo, el que ultimamente me ha regocijado más es el de que: mi labio superior carece de canal, esa diminuta carretera que conduce a la nariz. Si. Mi labio superior es completamente alicaido, arrecido, y, hace de mi boca, un gracioso y delicado antipasto.